Los Evangelios nos dan comidas nutritivas

Publicado: November 13, 2010

Este es el 8º artículo de una serie de trece

Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock

En muchas de nuestras Iglesias es costumbre tener almuerzos y cenas “de traje.” Personas de diversos orígenes y modos de vida pueden traer sus comidas favoritas, codearse con los demás y compartir una comida. Este no era el caso en el mundo mediterráneo antiguo. Solamente quienes tenían el mismo origen, estatus social y valores podían partir el pan juntos. Una comida compartida era un reflejo de un estatus de igualdad y servía para reforzar las conexiones y valores que ya se tenían en común.

Escuchar la Buena NuevaImagínense, por tanto, lo escandalosas que podrían parecer las costumbres de comidas de Jesús en aquel tiempo. No sólo comía con los que se conocían como sus amigos, hombres y mujeres por toda Galilea (Lucas 10,38-42; Juan 12,2-3) sino también con pecadores y marginados (Marcos 14,3-9; Lucas 19,1-10) por una parte, y con líderes religiosos como los fariseos (Lucas 7,36; 11,38-41) por otra.

Su elección de comensales y sus acciones durante las comidas son muy reveladoras de la identidad y la misión de Jesús. Sencillamente al incluir una gran variedad de personas en momentos de partir el pan, Jesús estaba señalando que el reino de Dios no estaba reservado solamente a los que se consideraban aceptables, sino a todos los que respondieran a la invitación.

El objetivo evidente de hacer una comida es satisfacer el hambre. El hambre física y la necesidad de alimento es una metáfora normal para el hambre del corazón humano. El atender las hambres más profundas de intimidad divina, sentido y perdón es característica de Jesús y del reino que Él encarnó. El hecho de que las comidas fueran compartidas pone énfasis que la comunidad es el lugar en que estas necesidades más profundas se pueden reconocer y enfrentar.

En diversas ocasiones Jesús utilizó la imagen del banquete para describir el reino de Dios. “Bienaventurados los que comerán en el reino de Dios,” dice (Lucas 14,15). Lo que sigue es la historia de una gran cena a la que estaba invitada la élite pero declinó la invitación. El anfitrión entonces envió a sus siervos a invitar a “los pobres y los discapacitados, los ciegos y los cojos.”

El banquete, que en este caso es una imagen del reino de Dios, no proporciona simplemente alimento físico: responde al hambre humana de aceptación y celebración. En el reino de Dios no hay fronteras y se da preferencia a quienes están en los márgenes de la sociedad.

Cuando se encuentra un relato en más de un pasaje del evangelio, podemos deducir que tenía un significado universal concreto en la memoria de la primera iglesia. La historia de Jesús dando de comer a la multitud se encuentra en seis relatos en los cuatro evangelios (Mateo 14,13-21; 15,32-39; Marcos 6,34-44; 8,1-8; Lucas 9,10-17; Juan 6,1-15).

Descubrir abundancia de tan poquito (unos cuantos panes y peces para alimentar a miles) se ha convertido en algo legendario. Se lo contamos a nuestros hijos y, cuando en nuestra vida aparecen favores y gracias inesperados, a veces nos referimos a los “panes y los peces” como una referencia inmediata a la generosidad de Dios.

Pero, ¿qué es lo que hizo Jesús en esta gran comida en una colina de Galilea? Tomó el pan, lo bendijo, lo partió, y luego se lo dio a los discípulos para que se lo repartieran a la multitud. Estas acciones prefiguran las acciones eucarísticas de la última cena que compartió con sus seguidores en Jerusalén la noche en que iba a ser entregado (Mateo 26,26-30; Marcos 14,22-26; Lucas 22,14-20). Y estas acciones se repiten en la escena de después de la resurrección, en que Jesús y los dos seguidores que caminaban hacia Emaús (Lucas 24,3-35) lo reconocieron en el partir del pan.

Estas acciones de tomar, bendecir, partir, y entregar se convierten en las acciones de la iglesia en sus celebraciones eucarísticas. Hacemos todas estas cosas en memoria de Jesús, según Él lo pidió en Lucas 22,19. Este tipo de recuerdo hace presente la muerte y resurrección de Jesús en medio de nosotros, conectándonos a la salvación que ofreció Jesús de una vez por todas de un modo tangible.

Otro relato de después de la resurrección presenta a Jesús otra vez compartiendo una cena con sus seguidores, esta vez como anfitrión (Juan 21,1-14). Después de una noche faenando en el Mar de Galilea (también conocido como mar de Tiberio) sin resultados, siete de los seguidores de Jesús se sorprenden de que un extraño les diga que vuelvan a intentarlo. De nuevo en el agua, ahora con redes repletas de pescados, se dan cuenta de que el extraño era Jesús. Al llegar a la orilla, Él ya está preparando una comida al carbón.

Ellos no necesitan preguntar, “¿quién eres?”. La comida en sí misma revelaba que era de verdad Jesús, que una vez más satisfacía sus hambres.

Preguntas para la reflexión y discusión
  • Identifica algunos de los elementos que hacen una comida memorable y significativa para ti. ¿Por qué a menudo celebramos logros o incluso lloramos nuestras pérdidas compartiendo una comida con otros?
  • ¿Cómo influye tu aprecio de los modos en que Jesús compartía comidas con otras personas el saber un poco sobre las costumbres de las comidas del antiguo Medio Oriente?
  • ¿En qué momento la cena de la Eucaristía te ha proporcionado una más profunda revelación de la persona de Jesús?
  • ¿Cómo te han desafiado las historias del evangelio sobre las comidas de Jesús a ser más inclusivo?

 

Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 13 de noviembre de 2010. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.