Homilía de Confirmación — Amigo Invisible

Publicado: April 2, 2014

La siguiente homilía fue predicada en la parroquia de San José de Tontitown el miércoles 2 de abril de 2014.


Obispo Taylor

Una experiencia común de la niñez es la de tener a un amigo invisible con quien hablar y jugar. Los adultos esperan que al crecer, los niños abandonen ese mundo imaginario, pero al mismo tiempo los padres cristianos presentan a sus hijos a otro amigo invisible quien no es imaginario: Jesucristo.

Nuestros padres terrenales nos enseñan cómo hablar con nuestro Padre celestial y nuestra madre María y nuestro hermano Jesús, compañeros que no abandonamos al crecer ... sino que les conocemos siempre mejor al crecer emocional y espiritualmente.

Creo que Dios nos da ese amigo invisible de la niñez para abrir nuestra mente a otro mundo invisible que es más real que la realidad que percibimos con los cinco sentidos. Sabemos que las realidades invisibles existen: ¿puedes ver la electricidad?

Pero esa realidad invisible ilumina el mundo. Nadie puede decir que vivir sin el poder invisible de la electricidad es lo mismo que vivir con ese poder. ¡Y nadie puede decir que vivir sin una relación con Jesús sea lo mismo que vivir con él!

Pero esa realidad invisible ilumina el mundo. Nadie puede decir que vivir sin el poder invisible de la electricidad es lo mismo que vivir con ese poder. ¡Y nadie puede decir que vivir sin una relación con Jesús sea lo mismo que vivir con él! 

Hay dos modos de encontrar a Jesús. Más famosas son las historias de conversiones dramáticas, como la de San Pablo tirado de su caballo, un acontecimiento muy fuerte en un momento determinado.

Pero más usual para los que fuimos criados en la fe es la experiencia más tierna y sana de conocer a Jesús como a nuestro amigo real e invisible — pero no imaginario — ya desde la niñez. Es así que yo lo conocí y crecí amándolo como mi compañero constante, ¡con el cual he hablado todos los días durante más de 50 años!  

Pero las amistades son para compartir. Hablamos de nuestros amigos a otros amigos, compartiéndoles todo, incluyendo cosas muy emocionantes que no podemos ocultar más — por ejemplo, cuando tienes un "crush" en alguien, y no puedes pensar en nada más que eso.

Pues tales cosas son muy pequeñas en comparación con Jesús, porque si abrazamos su amistad de veras, él nos llenará de amor desbordante de un modo no posible de otra manera.

Una relación con Jesús que nos libera del pecado y de la muerte y de todo lo que nos oprime. Eso no nos aparta de las mismas adversidades que enfrentan todos, pero sí les quita a esas desgracias el poder negativo que tendrían sobre nosotros — convirtiendo a hasta las cosas peores en oportunidades redentoras, abriéndonos los ojos a realidades más grandes (aunque a veces desagradables) y haciendo de las tragedias momentos para aprender cómo caminar por la fe.  

Una vez que comprendes esto, ¡no habrá modo de quedarte callado! Yo tenía tu edad cuando empecé de encontrar a Jesús en este modo nuevo y personalmente más poderoso.

La relación que había comenzado con el bautismo fue cambiado por medio de los dones que recibí en confirmación, que me envalentó para compartir con otros lo mucho que yo había recibido.  

Y así fue con los discípulos de Jesús. Ya le habían conocido durante tres años. Ya fueron bautizados e hicieron su Primera Comunión en la Última Cena, ¿pero qué pasó el Viernes Santo? Todos le abandonaron, menos Juan, su Madre y algunas mujeres. Y luego el Día de Pascua, al resucitar victorioso, la relación física de Jesús se cambió.

Pudo pasar tras puertas cerradas y en Emaús, cuando los discípulos podían reconocerlo al partir el pan, se desvaneció — ¡la Eucaristía será ahora el signo visible de su presencia invisible!

Pero será solo con el Pentecostés que estos discípulos temerosos sentirían suficientemente capacitados e iluminados por el Espíritu Santo para poder salir para proclamar abiertamente la Buena Nueva electrificadora que ahora les sobreabundó el corazón. Y mis queridos amigos, ¡hoy es su Pentecostés personal! 

Ya conoces a Jesús como tu compañero invisible que es así real — y de hecho, más duradero — que cualquier otra cosa en tu vida. Habla con él, recibe su misericordia y perdón, dale tu amor, mira alrededor para ver lo muy superficial, tristes, vacíos y confundidos que son aquellos que intentan vivir sin él, y luego sal capacitado por este sacramento para compartir este don con los demás, ¡con una preocupación especial para con los más débiles entre nosotros!