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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: August 17, 2017
Este es el 7º artículo de una serie de diez.
Por Clifford Yeary
Director Asociado, Estudio Bíblico de Little Rock
“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.” — Mateo 5,8
La limpieza o pureza de corazón habla de nuestras motivaciones, nuestros deseos que nos mueven a actuar y buscar un lugar y objetivo en el mundo. El filósofo danés del siglo XIX, Soren Kirkegaard, tiene una línea muy famosa en la que dice que la pureza del corazón es desear una sola cosa. Esto me preocupa profundamente, porque yo deseo muchas cosas.
Para Jesús en realidad sólo había una cosa que desear: el reino de los cielos. Si seguimos las enseñanzas de Jesús de cerca, nos daremos cuenta de que buscar el reino de Dios no es el deseo de ir al cielo.
Más bien, es el deseo de procurar que la voluntad de Aquel que reina en el cielo también se cumpla en la tierra. “Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.” Para que se cumpla tal deseo, como buscadores deberíamos comenzar con nosotros mismos. Pero, ¿qué podemos hacer para inspirar tal deseo en nosotros mismos?
Podría ayudarnos examinar las raíces del deseo humano.
Una de las grandes mentes católicas de nuestro tiempo, Rene Girard, se dedicó a estudiar los contextos culturales y antropológicos del deseo humano. Llegó a la sorprendente conclusión de que, menos los deseos más instintivos, todos nuestros deseos los tomamos de otras personas.
Queremos lo que queremos porque hemos visto a personas importantes en nuestras vidas querer eso mismo. Muchos de nosotros hemos visto a niños muy pequeños rodeados de juguetes, pero peleando por uno de ellos, porque otro niño lo ha hecho parecer más deseable que todos los demás juguetes.
Una vez que nos damos cuenta de la importancia de lo que desean los demás, y nos unimos a ellos persiguiendo lo deseado, podemos pasar rápidamente de ser aliados a archirrivales. Competimos con ellos para obtener lo que ellos han marcado como deseable para nosotros. Cuando se hace imposible para ambos tener lo que deseamos, nuestra rivalidad se puede convertir en algo malísimo.
En el caso de toda una sociedad que desea lo que está demasiado escaso como para que todos lo posean, se puede desembocar en el caos. El caos podría amenazar la estabilidad de la sociedad y, para restaurar el orden, un líder podría designar un chivo expiatorio, alguien a quien se pueda culpar del caos. Piensen en la ascensión de Hitler al poder y la persecución de los judíos. Es una historia tan antigua como el pecado original.
Una de las historias claves que ilustran la afirmación de Girard se encuentra en el relato de la Caída en Génesis, en que la serpiente despierta el deseo de Eva por el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, y a su vez Eva despierta el deseo de Adán de lo mismo.
Unos pasajes más tarde, leemos el primer asesinato, causado por la envidia de Caín de su hermano Abel que había podido conseguir la bendición de Dios que Caín también deseaba.
Girard, que comenzó a explorar su teoría cuando era ateo, se obsesionó con encontrar una solución a la inclinación humana de crear chivos expiatorios, y llegó a darse cuenta de que, en Cristo, Dios se convirtió en la víctima por excelencia, el chivo expiatorio por excelencia.
Esto llevó a Girard a darse cuenta de que el cristianismo, y en particular la fe católica, ofrecía un modo de liberarnos de estar atados a los deseos que conducen al caos social y a la muerte.
Podemos encontrar libertad abrazando a Jesucristo como Victima, y al abrazarlo a él, abrazar a todas las demás personas que sufren como víctimas. Jesús fue llevado a la muerte por los líderes religiosos y políticos de su tiempo por su incansable persecución de su único deseo, hacer la voluntad del Padre.
Y la voluntad del Padre era que los pobres, humildes, dolientes y perseguidos encontraran la bendición de Dios por Jesús, una bendición que Jesús proclamó en las Bienaventuranzas. Al pronunciar estas bendiciones, Jesús también estaba llamando a los que reciben su enseñanza a ser agentes de esas bendiciones, y para hacerlo, debemos aprender a ser limpios de corazón.
¿Cómo aprendemos a desear una sola y verdadera cosa? Aprendemos abrazando de verdad a Jesucristo y su misión de ofrecer una prueba del reino de los cielos a los más necesitados de esta bendición.
El antídoto para los deseos que distraen nuestra atención del reino de los cielos es la compasión—el deseo de hacer el amor de Dios tangible para quienes solamente pueden mirar a Dios en su necesidad.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 19 de agosto de 2017. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.