30º Domingo del Tiempo Ordinario, Año B

Publicado: October 22, 2015

Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía en el Centro Católico San Juan de Little Rock el sábado 24 de octubre de 2015 y durante una Misa de Clausura de Conferencia de Renovación Carismática Católica Hispana en el Centro de Convenciones de Fort Smith el domingo 25 de octubre de 2015.


Obispo Taylor

Alrededor de 225 A.C., un rey griego le dio a un joyero algo de oro y le dijo que le hiciera una corona de oro puro. Pero cuando él entregó la corona, el rey sospechó que el joyero se había embolsado algo del oro, reponiendo el peso con algún otro metal para ocultar su robo.

Así que le preguntó al matemático Arquímedes: aparte de derretirla y destruirla, ¿cómo podría saber si la corona era de oro puro o no? Arquímedes dedujo que debido a que el oro es el metal más pesado, el mismo peso del oro tiene menos volumen que el mismo peso de una aleación, pero ¿cómo medir el volumen de una figura compleja como esa corona?

Luego un día mientras Arquímedes tomaba un baño en una tina, vio lo que había visto sin ver 1,000 veces antes: el nivel del agua en la tina se elevaba como si se desplazara por el volumen de una figura compleja: ¡su cuerpo! Él estaba tan emocionado por su descubrimiento que se olvidó por completo de sí mismo y corrió desnudo directo desde su tina hasta la calle gritando “¡Eureka! ¡Lo he encontrado!”

Frecuentemente le recuerdo a la gente que Dios no tiene nietos, sólo hijos. Tú no puedes heredar pasivamente la fe.

En el Evangelio de hoy Bartimeo descubrió algo incluso mucho más emocionante e incluso pudo mantener su ropa puesta. Pero a diferencia de Arquímedes, a quien la gente le reía sus gracias porque era rico, famoso e importante, Bartimeo era un mendigo pobre, desconocido y sin valor y así que la gente trató de callarlo cuando el trataba de gritar con todas sus fuerzas. Él gritó: “Hijo de David”, uno de los títulos del tan esperado Mesías.

Pero entre más trataban de callarlo, él continuaba gritando todavía con más fe que Jesús era el Mesías y su plegaria (“ten compasión de mí”). Bartimeo tenía la fe de que Jesús era el Mesías y que como Mesías él podría sanarlo. Si él no hubiera tenido la visión interna que llamamos fe, él — como mendigo profesional — ¡nunca hubiera pensado en pedirle que lo sanara en vez que pedirle una limosna!

Y luego en respuesta a su fe, Jesús le dice: “Vete, tu fe te ha salvado. Al momento Bartimeo recobró su vista" y ya que esta nueva fe encontrada significaba que el camino de Jesús se había convertido en su camino, “comenzó a seguirlo por el camino”. Bartimeo ahora no sólo cuenta con la vista para ver hacia dónde se dirige, también cuentan con la visión, la fe, para saber cuál camino elegir.

Cuando los primero cristianos describieron la Iglesia, ellos simplemente la llamaron "El Camino" — como lo vemos varias veces en el Nuevo Testamento. El cristianismo es El Camino, un camino dinámico a seguir, un movimiento, personas yendo hacia un lugar, siguiendo a Jesús en El Camino.

Frecuentemente le recuerdo a la gente que Dios no tiene nietos, sólo hijos. Tú no puedes heredar pasivamente la fe. Más bien, cada persona debe convertirse y la conversión es un cambio personal y dinámico en tu propio ser que conduce a la fe y a la acción.

Otra manera de decir esto es recordar que todos nacemos ciegos como Bartimeo, y como Arquímedes, incluso con una visión física podemos ver cosas 1000es de veces sin realmente verlas y luego de repente un día ¡Eureka!

Algo abre nuestros ojos: el nacimiento de un hijo, un encuentro cercano con la muerte, el darnos cuenta de la gravedad de algunos pecados que hemos cometido o que estuvimos a punto de cometer … momentos de autodescubrimiento cuando nuestros ojos se abrieron y vimos claramente la dirección desastrosa hacia donde se dirigía nuestra vida — momentos de fe cuando Dios nos mostró un nuevo camino a seguir.

Bartimeo es mucho más que un mendigo pobre y ciego que vivió hace 2000 años, él es todos nosotros también. Nosotros también estuvimos ciegos una vez y también hemos vuelto a ver gracias a Jesús — y como Bartimeo, en cada Misa también profesamos nuestra fe que Jesús es nuestro Salvador y luego vendremos ante él con nuestras plegarias: pidiendo perdón, sanación, para nosotros mismos, para nuestros seres queridos, nuestra Iglesia, nuestro mundo.

Así como Bartimeo, le pedimos a Jesús que “tenga compasión de nosotros”. Nosotros respondemos “Señor ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad”. Nosotros respondemos “Señor, escucha nuestra oración”.

Y así como el soldado romano en otros de los encuentros de sanación de Jesús, respondemos “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Y así también Jesús nos dice en cada Misa las mismas palabras que dijo hace 2,000 años a Bartimeo: “Vete, tu fe te ha salvado”. Y así luego somos enviados por Jesús en cada Misa a amar y servir al Señor — como Bartimeo, a seguir a Jesús en el camino.