La casa de Dios da la bienvenida a toda clase de pecadores

Publicado: August 19, 2015

Este es el 8º artículo de una serie de doce.

Por Cackie Upchurch
Directora del Estudio Bíblico de Little Rock

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En la tradición de Israel, el pueblo de Dios, el templo de Jerusalén significaba la presencia de Dios, en los signos y símbolos contenidos en el Arca de la Alianza y en el recinto del templo donde se congregaba el pueblo de Dios. Era un lugar de reverencia de festividad, de conmemoración de los acontecimientos clave en la historia de salvación.

El salmista habla de Jerusalén como ciudad amurallada en la que el templo construido por Salomón es la morada de Dios, el lugar de descanso de Dios (Salmo 132) y donde las tribus del Señor suben a dar culto (Salmo 122). En los siglos siguientes el templo sería destruido, reconstruido, ultrajado y consagrado de nuevo.

El templo reconstruido en el primer siglo habría sido el lugar de orgullo entre los fieles judíos, incluyendo a Jesús y a sus seguidores. No es de extrañar que el templo fuera un lugar adecuado para otra parábola de Jesús.

Presente únicamente en  el evangelio de Lucas, la historia del fariseo y el recaudador de impuestos tiene lugar en el templo (ver 18,9-14). Llegan dos hombres a orar. Uno ora agradeciendo a Dios no ser como los demás, que son ambiciosos, tramposos y adúlteros. Continúa enumerando sus buenas obras como prueba de su distinción. El otro reconoce que es un pecador y, con los ojos bajos, pide la misericordia de Dios. 

En apariencia, la lección está clara — el orgullo del primer hombre se entromete en su camino al encuentro con Dios y la humildad del Segundo lo lleva directamente a Dios. Pero en la historia hay algo más.

Los fariseos surgieron en el judaísmo en un principio como movimiento laico de reforma. Su objetivo era interpretar la Ley de Moisés, la Torá, para que las futuras generaciones la pudieran comprender y aplicar. La interpretación oral más tarde se escribió en lo que ahora se conoce como Talmud. Su esperanza era que la santidad individual fuera accesible a todo el pueblo de Dios por medio del estudio de la Torá y la obediencia a sus estatutos.

Para cuando se escribieron los evangelios, unos 35 a 50 años después de la crucifixión de Jesús, el término fariseo se asociaba entre los primeros cristianos a aquellos que se creían los Buenos e imponían una adhesión estricta a la ley, incluso sobre los que estaban en los márgenes de la sociedad (ver, por ejemplo, Mateo 23,1-39 y Marcos 12,35-40). Las palabras que criticaban su hipocresía estaban dirigidas a los líderes cuyas enseñanzas y acciones no reflejaban el verdadero espíritu de la Ley de Dios entregada en el Sinaí.

El fariseo que ora en el templo es una especie de caricatura de quienes han perdido su enfoque. Cuando leemos esta parábola, nos deberíamos admirar no solo de su sentido de autosuficiencia. Podríamos incluso considerar que está verdaderamente agradecido de que su posición le ha dado la oportunidad de ser obediente a la ley. Lo que nos debería admirar y sorprender podría ser su presunción de juzgar a los demás basándose simplemente en la apariencia u ocupación.    

El segundo hombre es un recaudador de impuestos, cuya profesión lo situaba al servicio del colonizador extranjero, el Imperio Romano. En el primer siglo, los judíos habrían supuesto correctamente que un recaudador de impuestos era interesado y corrupto y, por consecuencia, rico. Su sencillo reconocimiento de pecado personal le habría parecido casi increíble a quienes escuchaban la historia por primera vez.

Esta historia en labios de Jesús facilita a sus hermanos y hermanas judías el aprender que incluso un recaudador de impuestos puede recibir misericordia, puede estar en relación recta con Dios y puede humillarse sinceramente al entrar en el santuario donde su persona pública podría ser juzgada duramente. Esta historia en el momento de la redacción del evangelio de Lucas en la segunda parte del primer siglo podría motivar a su propia comunidad a reconocer que juzgar a otros no es el camino de Cristo y de sus seguidores.

En la parábola, ambos hombres son recibidos en el templo. Los fariseos se asociaban más normalmente con las sinagogas locales y sin embargo éste llegó a orar al templo. Los recaudadores de impuestos eran judíos enfrentados con los forasteros y sin embargo, éste también llegó al templo a orar.

Esta colección de “forasteros” está dirigida a captar la imaginación de los seguidores de Jesús del primer siglo y del siglo XXI. Busca hacernos examinar los “templos” de nuestras vidas para descubrir quién es bien recibido y quién no.  Busca hacernos preguntarnos también sobre nuestras asambleas. Busca invitarnos a aceptar la generosa misericordia de Dios.  

Preguntas para la reflexión y discusión

  • ¿De qué manera el papel del templo de Jerusalén lo convierte en un lugar perfecto para meditar la misericordia de Dios, al usar un relato?
  • Cuando lees la historia del recaudador de impuestos y del fariseo (Lucas 18,9-14), ¿con quién te identificas? ¿Por qué?
  • ¿Cuáles son algunos de los factores que nos permiten juzgar las intenciones o acciones de los demás? ¿Cómo podríamos emplear esa energía mejor en nuestro propio camino espiritual?
  • Las palabras del recaudador de impuestos, “Oh Dios, ten misericordia de mí, que soy un pobre pecador” se han convertido en una especie de mantra u oración repetitiva para muchos. ¿Tienes alguna de estas oraciones que repites para ayudarte a centrarte en la presencia de Dios?

Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 22 de agosto de 2015. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.