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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: July 20, 2019
Este es el 6º artículo de una serie de diez.
Por Cackie Upchurch
Directora Jubilada del Estudio Bíblico de Little Rock
A la mayoría de nosotros no nos cuesta mucho identificar nuestras historias favoritas de Jesús. Estos instrumentos de enseñanza que Jesús usaba frecuentemente se conocen como parábolas y aparecen en los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Una parábola simplemente coloca dos cosas, aparentemente distintas, en paralelo, y ofrece una lección.
Por ejemplo, una parábola puede comparar a Dios con un pastor o un padre, o un mercader. O se puede comparar el reino de Dios a la búsqueda de una moneda. Aunque ahora nos parezca familias, en el curso normal de acontecimientos, estos elementos normalmente no van juntos. Dios y pastores, o reinos y monedas perdidas.
Las parabolas se las arreglan para captar nuestra atención. Ese captar la atención, desarmando a la audiencia o al lector, es la belleza de la parábola. Invita e implica a quienes la escuchan o la leen de una manera en la que no pueden hacerlo una orden o una una enseñanza directas.
Jesús probablemente aprendió el arte de la parábola de su propia tradición judía. Muchas de las historias que se encuentran en el Antiguo Testamento tienen un carácter parabólico. Por ejemplo, la historia de Jonás es una lección sobre la obediencia a Dios y la extensión de la buena noticia de Dios incluso a los enemigos.
Jonás trató de evitar la orden de Dios de predicar a los ninivitas, y fue tragado por la ballena y escupido en la costa de la misma ciudad a donde Dios le había enviado. No es un mensaje tan sutil sobre la obediencia a Dios. Al enseñar una lección en forma de historia en una serie de acontecimientos improbables, el pueblo de Dios estaría más inclinado a lidiar con su verdad.
Cuando Jesús contaba parábolas, empleaba situaciones cotidianas (pastorear, viajar, relaciones familiares, tareas domésticas) y personajes creíbles (mercaderes, viudas, granjeros, compañeras de una novia), de su propio tiempo y lugar. Las historias cobrarían así vida para su audiencia.
Las parábolas también tienen significado más allá de su tiempo y lugar de origen porque son parte de las palabras vivas inspiradas de la Escritura. Nuestra generación, siglos después del tiempo de Jesús, lidia con las mismas cosas que los primeros seguidores de Jesús. Como ellos, queremos aprender a ser compasivos y extender perdón, a ser firmes, justos y misericordiosos; queremos andar por caminos de generosidad y fidelidad; queremos acoger lo que significa seguir a Jesús.
En el Evangelio de Lucas, que contiene la colección más extensa de parábolas de Jesús, las historias tienen lugar principalmente en los capítulos del 9 al 19. Y muchas de las parábolas que se encuentran en Lucas con las más queridas y mejor conocidas. Por ejemplo, incluso los que no son estudiantes de la Biblia o seguidores de Cristo, podrían conocer bien las parábolas de la Oveja Perdida, la Moneda Perdida, el Hijo Pródigo, o la parábola del Buen Samaritano. Hay una clara llamada en estas parábolas de extender la gama de los incluidos en el reino de Dios. Y esto tiene sentido dado que Lucas probablemente escribió su Evangelio para una comunidad en su mayoría gentil. .
Las parábolas a menudo terminan con un giro inesperado y nos ayudan a abrirnos a una transformación constante. Nos llaman una y otra vez a contemplar el reino de Dios y lo que significa ser gente del reino.
Dado el hecho de que la frase “buen samaritano” se ha hecho camino en la manera de hablar de nuestra cultura, a menudo para describir el ofrecimiento de ayuda a un extraño necesitado, volvemos nuestra atención en la historia original que se encuentra en Lucas 10:29-37. Cuando un maestro judío desafía a Jesús a identificar al prójimo al que estamos llamados a amar, lo que de verdad se pregunta es “¿a quién podemos evitar amar?” Con gran habilidad, Jesús cuenta la historia de un hombre al que los ladrones han dado una tremenda paliza cuando viajaba de Jerusalén a Jericó. Los líderes religiosos judíos ignoraron o incluso esquivaron al hombre herido, pero un samaritano se detuvo para ayudarlo.
El pueblo de aquel tiempo sabría que los samaritanos eran los vecinos en Guerra de los israelitas; sufrían una perdurable dieta de desconfianza mutual. La audiencia original supondría que ayudar a un samaritano no era un requisito del amor. Esta suposición estaba unida al reino de Israel y a su historia en lugar de al reino de Dios. La parábola puede pedirnos que ayudemos a un extraño necesitado, pero más que nada, nos pide que acojamos un reino que no considera extraño a nadie.
Este artículo fue originalmente publicado en el Arkansas Catholic el 20 de julio de 2019. Derechos de autor Diócesis de Little Rock. Todos los derechos son reservados. Este artículo podrá ser copiado o redistribuido con reconocimiento y permiso del editor.