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Diócesis Católica de Little Rock
Publicado: April 6, 2025
El Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía en la Iglesia de Santa Teresa en Little Rock el sábado, 5 de abril de 2025, y en la Iglesia de la Inmaculada Concepción en Blytheville y el Convento de los Santos Ángeles en Jonesboro el domingo, 6 de abril de 2025.
Los escribas y fariseos eran gente buena. De hecho, objetivamente, eran la gente más honesta y devota del tiempo de Jesús. Jesús mismo era un fariseo. Lo olvidamos porque eventualmente Jesús se enreda con los líderes religiosos y los Evangelios hablan de sus conflictos con ellos.
Los fariseos sí tenían algunos puntos ciegos y naturalmente hablaban mejor de que vivían ... como nosotros; es simplemente la condición humana. Pero la mayoría se esforzaba sinceramente a vivir según la Ley que Dios les había dado por medio de Moisés, una provisión de cual mandaba la ejecución de blasfemadores, asesinos y adúlteros.
En los Evangelios, Jesús rechaza la aplicación de la pena de muerte para estos crímenes, y así adquiere la fama de ser anarquista y violador de leyes. Un día se le ejecutarán a él mismo por blasfemia, entre dos asesinos. En el Evangelio de hoy Jesús rescata a una mujer al punto de estar ejecutada por adulterio.
Pero parece que a nuestros semejantes, no es preciso cometer grandes crímenes para merecer nuestra condenación. Juzgamos los motivos de otros sin contar con todos los datos. Chismeamos — tiramos piedras verbales — contra otros cuyos defectos y pecados no son peores que los nuestros, tratando de hacernos parecer mejor a costo de ellos.
En otro texto él dice que no había venido para abolir la ley, sino para revelar su significado interior y así cambiar el modo de aplicarla. No fue abolida la Ley contra adulterio, pero Jesús nos abre los ojos para ver que en cuanto todos somos pecadores, no hay nadie vivo que cuenta con suficiente inocencia para ejecutar la sentencia de muerte prescrita por la ley.
No hay nadie inocente, menos él — y como aprendemos en otro lugar, su Santa Madre, que intercede por los pecadores. Y Jesús le otorga clemencia a la adúltera. Él vino para salvar a pecadores, no condenarnos, así que le despide con la advertencia de no volver a pecar.
Cuando Jesús se agachó para escribir en el suelo, ¿qué estaba haciendo? Estaba escribiendo una nueva ley, la ley de perdón y misericordia. Cuando dice, "Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra", él subraya el hecho que nosotros pecadores debemos retirarnos de juzgar cualquier caso que juzga el pecado de otros.
No dice, "Aquel de ustedes que no tenga ese pecado", el pecado de adulterio, sino cualquier pecado. Ni dice, "Aquel de ustedes que no tenga pecado grave", porque otra vez, incluye cualquier pecado, incluso hasta los pecados que cometimos sólo en el corazón. Quien mira a una mujer con malos deseos, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Tú y yo somos — en gran medida — buena gente, pero como los fariseos, hablamos mejor que vivimos. Pero sí nos esforzamos sinceramente a vivir conforme con las enseñanzas de Jesús — menos, es triste decirlo, menos su enseñanza de no juzgar a otros. Si Jesús vino para salvar a pecadores, ¿quién somos nosotros para condenarlos?
Yo no hablo sólo de la pena de muerte, del cual la enseñanza de Jesús es muy clara. Pero parece que a nuestros semejantes, no es preciso cometer grandes crímenes para merecer nuestra condenación. Juzgamos los motivos de otros sin contar con todos los datos.
Chismeamos — tiramos piedras verbales — contra otros cuyos defectos y pecados no son peores que los nuestros, tratando de hacernos parecer mejor a costo de ellos. Puede que los pecados de los escribas y fariseos sean menos notorios que los de la adúltera, pero eso no les da el derecho de condenarla.
Y de todos modos, a Jesús sólo le interesa el perdón, liberarle a ella del castigo que merece su pecado y liberarles a los demás de su actitud condenatoria. Jesús murió para redimirlos todos — y a nosotros también. Liberarnos de nuestros pecados y nuestras actitudes pecaminosas, pero ese perdón — ofrecido libremente — se lo debemos aceptar con espíritu de arrepentimiento.