18º Domingo del Año A del Tiempo Ordinario

Publicado: August 3, 2014

La siguiente homilía fue predicada a una Misa de clausura de la Conferencia Litúrgica Ozark en la parroquia de San Vicente de Paúl de Rogers el sábado 2 de agosto de 2014 y a una Misa de clausura de la Conferencia de Renovación Carismática en Hotel Wyndham de North Little Rock el domingo 3 de agosto de 2014.


Obispo Taylor

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.  Estas son las palabras con las cuales el Papa comienza su gran exhortación apostólica “La Alegría del Evangelio” (el cual fue el tema de la Conferencia Litúrgica en los Ozark hoy y de la cual esta es la Misa de Clausura). 

En este documento, el Papa Francisco enfatiza que la tarea más fundamental de la Iglesia es la proclamación de la muerte y de la resurrección de Jesús y lo que esto significa para nosotros es: que somos liberados del poder del pecado y de la muerte y ahora compartimos en su victoria.  Esta proclamación nos invita a un encuentro personal con la misericordia y el perdón de Jesucristo, que a cambio produce en nosotros una pasión irreprensible para compartir este don con los demás en todo lo que hacemos.  Y esto conduce a una Iglesia que está permanentemente en un estado de misión y a estructuras de la Iglesia que están orientadas en la misión.  ¡Qué mensaje tan poderoso! Pero también, ¡qué gran desafío! 

Si sólo tenemos nuestra propia fortaleza y talentos y bienestar en que depender, nunca tendremos éxito… pero no estamos solos en esto.  Fortalecidos por el amor de Cristo descrito por San Pablo en la Segunda Lectura de hoy podemos superar todos los obstáculos; y alimentados con la Eucaristía prefigurada en la multiplicación de los panes y peces, nos sorprendemos al descubrir que nuestras necesidades más profundas y los deseos más profundos de nuestro corazón han sido satisfechos en una manera que nunca lo habríamos esperado, tal como las personas en el Evangelio de hoy.

Si sólo tenemos nuestra propia fortaleza y talentos y bienestar en que depender, nunca tendremos éxito… pero no estamos solos en esto

Les pido su indulgencia hoy, porque la Misa de hoy tiene un significado especial para mí personalmente.  Hoy no sólo es mi aniversario de ordenación al sacerdocio, por designio de Dios la Segunda Lectura de hoy contiene—en una traducción diferente—la cita en mi tarjeta de ordenación de hace 34 años: “Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales,
ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.
  Y si tuviera que imprimir una nueva tarjeta hoy, usaría la misma cita.  Es el amor de Dios que he vivido en Jesucristo lo que me ha permitido volver al Señor por fortaleza y entendimiento en medio de las pruebas que se ha presentado en mi camino: pruebas que se presentan dentro de mí—las tentaciones que enfrento y mis propios pecados, y problemas que se me presentan fuera de mí. 

Y luego, además de la cita en la tarjeta de mi ordenación tomada de nuestra Segunda Lectura, el Evangelio de hoy se aplica directamente a nuestro llamado a seguir a Jesús.  ¿Qué vemos aquí?

  1. Jesús aprende de la muerte de Juan el Bautista y se va al desierto a orar sobre lo que eso significa para él mismo, que él también es llamado a sacrificar su vida por los demás;
  2. Y luego algunos de aquellos “otros” comienzan a venir hacia él con todas sus necesidades.  Su corazón se conmueve con compasión y entonces—por amor—cura a aquellos que están enfermos y encuentra una manera de proveer para las necesidades físicas de las personas, en este caso alimento para los hambrientos; y
  3. Él lo hace milagrosamente—multiplicando los panes y los peces.  Como sacerdote ahora el Señor obra milagros más grandiosos a través de mí, con un beneficio espiritual más grandioso—en vez que meramente material: convirtiendo humilde pan y vino en el altamente exaltado cuerpo y sangre, alma y divinidad de Jesucristo.

El significado de este pasaje para mí como sacerdote y ahora obispo es obvio, pero ¡miren lo que esto también significa para ustedes hoy!  Ustedes también están llamados a sacrificar su vida por los demás.  Ustedes también están llamados a permitir que su corazón sea conmovido con compasión por los demás, y encuentren una manera de ayudar a las personas con sus necesidades físicas y espirituales.  Piensen sobre la gran crisis humanitaria de los menores no acompañados—y adultos—que vienen aquí huyendo de la violencia en Centroamérica.  Piensen en la necesidad que las personas en todo su alrededor tienen por un encuentro con la misericordia y el perdón de Jesucristo, ¡abriéndoles el camino para que tengan un lugar en el altar del banquete de la Eucaristía del Señor! “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.

Te has sido llamado.  Te has sido liberado.  Te has sido capacitado.  Y ahora, ¡Jesús te manda a compartir con otros el regalo que tú has recibido!