15º Domingo del Tiempo Ordinario, Año B

Publicado: July 11, 2015

Obispo Anthony B. Taylor predicó la siguiente homilía durante las Misas de confirmación en la Iglesia de San Miguel de West Memphis el sábado 11 de julio de 2015 y la Iglesia de Santa María de Arkadelphia el domingo 12 de julio de 2015. También predicó esta homilía durante la celebración del aniversario 15 de Búsqueda en el Centro Católico San Juan de Little Rock el domingo 12 de julio de 2015.


Obispo Taylor

Si yo te pregunte quién es Jesús, dirías que es el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, plenamente humano y plenamente divino, el Mesías que nos salva del poder de Satanás, el Redentor cuya muerte pagó el precio de nuestra liberación. Resucitó de la muerte, ascendió al cielo y está sentado a la derecha del Padre de donde vendrá para juzgar a vivos y muertos.

Pero antes de la Semana Santa hace 2000 años, no sabía nadie casi nada de esto. Hasta entonces, la gente le conocía a Jesús sólo como un predicador, exorcista y sanador, así que la primera vez que les envió a sus discípulos en misión, era para hacer lo que hacía él: predicar, echar a demonios y sanar a los enfermos.

Marcos introdujo esta primera misión de los apóstoles de Jesús en con Evangelio que escucharon hace dos domingos: El relato de su resucitación de la aparentemente muerta hija de Jairo y su sanación de una mujer que estaba menstruando incurablemente ya 12 años sin terminar, ¡curaciones que sólo Dios puede obrar.

Tú y yo somos discípulos de Jesús lo mismo que ellos y nosotros le conocemos mucho mejor que ellos antes de esa primera Semana Santa — y en cuanto hemos recibido más y sabemos más, se nos juzgará por criterios más altos ...

En el judaísmo, todo contacto con cadáveres y con mujeres en sus reglas le hace impuro, lo que hicieron estas curaciones a Jesús — voluntariamente por la niña muerta e involuntariamente por la mujer de reglas permanentes — ¡ella le tocó a él. Y claro que no se podía ser santo e impuro al mismo tiempo, ¡y mira aquí a Jesús que lo estaba mucho — impuro también porque tocó a leprosos y asociaba con personas de mala fama — y luego en el Evangelio de hoy, ¡nos asombra aun más por enviar a sus discípulos a hacer lo mismo.

Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. Y el domingo próximo veremos que cuando regresaron le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Lucas relata que había después otra misión de 72 discípulos antes de esa primera Semana Santa, y luego después del Pentecostés vemos que Pedro, Pablo y otros continuaron a hacer las mismas cosas en los Hechos de los Apóstoles — sanaciones y exorcismos que sólo Dios puede obrar, predicando la Buena Nueva con la valentía y sabiduría que sólo podía venir de Dios.

No sólo dedicaron el resto de sus vidas a continuar a hacer lo que hacía Jesús, casi todos terminaron por morir mártires como Jesús, tan íntimamente estaban unidos ahora a Jesús su Salvador.

Tú y yo somos discípulos de Jesús lo mismo que ellos y nosotros le conocemos mucho mejor que ellos antes de esa primera Semana Santa — y en cuanto hemos recibido más y sabemos más, se nos juzgará por criterios más altos — y lo que Dios espera de nosotros hoy es lo mismo de siempre: Que nosotros prediquemos la conversión, que nosotros proclamemos la verdad con valentía, que nosotros alejemos el mal por nuestras oraciones, que nosotros curemos a los enfermos con amor sanador — cosas que sólo Dios puede hacer, pero como vemos en las Escrituras, Dios puede y quiere hacerlas por medio de nosotros — y para hacerlo, nosotros también tendremos que tratar con personas que son aparentemente impuras, gente que nos da asco, que nos hace sentir y parecer impuro — voluntariamente o involuntariamente.

Pero eso es preciso para dedicar el resto de nuestra vida haciendo lo que hacía Jesús, y por hacerlo, nosotros también seremos unidos siempre más íntimamente con Jesús, nuestro Salvador, ¡ya en esta vida y más plenamente en la vida que viene!